Ricardito
Daniel Gualda,
pgualda@terra.com.ar
Estabamos dando vueltas con Rik en un pueblo de seis manzanas por cinco en un Ford Falcon '71 con un Nissan cuatro cilindors diesel y caja de quinta en épocas de gasoil barato. Era domingo. Tres de la tarde. El pueblo desierto.
A Rik le habian entrado a robar por tercera vez en la pieza que tenía atras de la casa de la madre. Las dos primeras veces se llevaron algo de dinero y un poco faso, la tercera, despues de que le puso un candado a la puerta, forzaron la ventana y se llevaron un bajo electrico.
Los tres veces, segun Rik, habian entrado Juan Ladron y un coloradito con los que cambiada fasitos a tres por diez pesos por cosas robadas.
Los pibes eran cleptomanos desaforados, la mayoría de las cosas que traían se las robaban a los padres a familiares, y como era de esperarse no tardaron en entrar con facilidad a la pieza de Rik, al que le conocían todos los horarios, por esa cuestión natural que surge entre vendedor y comprador de drogas. Lo habrian reconocido caminando a trescientos metros en el aburrimiento del pueblo.
Ibamos en el Falcon a quince kilometros por hora revisando el robo en un tiempo blando. Yo habia dejado de fumar, en el pueblo me hacia mal, "me pegaba mal". Una vez me descubri dando vueltas alrededor de los árboles de la vereda igual que un muchacho psicotapa que vivía a tres cuadras. A Rik, en cambio, siempre le hizo bien fumar. Antes de comer se ponía a buscar tucas del día anterior, y después de comer, cuando los primeros "clientes y amigos" empezaban a pasar al fondo, se fumaba el primero.
En una esquina, en una de las calles laterales del pueblo, mientras forzabamos una "vuelta del perro" expandida, aparecieron Juan Ladron y el coloradito. Cuando Ricardito los vío baje todavía mas la velocidad y finalmente frenamos cerca de los adolescentes. Rik lo saludo a Juan con la amabilidad suave de la marihuana y sin soltarle la mano lo invito a subir al asiento trasero. El otro pibe, el colorado, trató de negociar de una manera casi afeminada, mientras Juan trataba de zafar la mano. Ante la negativa Rik, siempre sin soltarle la mano a Juan, dió vuelta la cara y con una tranquilidad mafiosa me dijo: "Arrancá".
Moví el auto unos metros, mientras al pibe (en terminos de Rik) se le llenaba el culo de preguntas. Paramos el auto y con movimientos rápidos las dos manos de Rik se fueron al cuello de Juan mientras el otro intentaba zafarlo e insistía con sus grititos afeminados. Empezo a asomarse gente que gritaba "soltalo", pero que ni remotamente pensaba en acercarse. Rik le empezó a gritar "Donde esta el bajo" y cuando escucho algo que alcance a entender como "fueron unos pibes, yo no tengo nada que ver" se puso nervioso en serio y empezó a asfixiarlo con la cara endemoniada.
Cuando ví que la cara de Juan empezó a cambiar de color le empezé a gritar "no lo mates, no seas boludo, pegale, no lo mates, no seas boludo". Rik, parece, alcanzo a escucharme. Lo agarró de una mano y lo empezó a arrastrar como un niño arrastra un camión con un hilo y le apoyo la cabeza en el cordón de la vereda de enfrente, siempre sin soltarlo. Cuando Juan reaccionó, o fingió reaccionar (Rik siempre sostuvo que fingía su asfixia), y cometío la imprudencia de repitir "no tengo nada que ver" recibió un golpe en la cara y empezó a sangrar por la boca.
"Vamos, vamos", nos dijimos. Hicimos cincuenta metros con el Falcon y se nos cruzó un Renault 12 de la policía provincial. Manejaba un morocho de Raivan imitación que hacía menos de dos semanas en el medio del pueblo nos había revisado el auto en busca de drogas. Bajamos del auto. Rik se sentó en el cordón de la vereda y decía por lo bajo con los rasgos aun deformes "si no es por él, lo mato", el morocho intento un tono conciliador (o se asusto, ¿como saberlo?) "vos no podes hacer justicia por mano propia". En un momento, en el que perdí registro, Rik estaba arriba del patrullero, con un poco de porro en el bolsillo y no como detenido, sino colaborando en el rastrillaje de Juan ladrón y completamento drogado.
Lo volvi a ver a media tarde y confesó que mientras iba en el patrullero, "por las dudas", habia descartado los fasitos. Ese tarde, y por varios días, no volvimos a ver a Juan Ladrón.
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